Vivimos una época donde la filosofía vuelve a tener vigencia. Notamos como las evidencias quedan obsoletas: estado del bienestar, seguridad en el futuro, educación, sanidad…
El filósofo Gustavo Bueno dice que la filosofía no es un corpus teórico –como la geometría- sino que solo trata de aportar los recursos para “pensar bien”.
Estamos cambiando nuestro paradigma económico que pasa de satisfacedor de las necesidades crecientes de la población, que hace especial incidencia en la construcción urbanística, la fabricación de coches y la fábrica de armas. Ahora el cambio demográfico, con una población cada vez más madura –con predominio de grupos de edades de más de 40 años- pone a la economía ante paradigmas distintos. Ya no se busca la satisfacción del desarrollo –al menos en Europa- sino adecuar la oferta a la mutación que supone la sostenibilidad y un grado mucho más maduro de consumo.
Serán –son- sectores como la medicina preventiva, con sus dietas, los cuidados e higiene, los ejercicios; los aspectos lúdicos y de desarrollo personal, cultural… la formación tardía y un etc. los sectores que crecerán y que está por definir.
Adaptar la economía e instituciones públicas a estas mutaciones requiere de cierta capacidad no solo gestora, sino de visión filosófica. Lo que se acerca es el futuro, no la prolongación de este presente. Con políticas desarrollistas o Keynesianas no respondemos al reto. La nueva ordenación del estado, las voces que piden gobernanza real, las exigencias de equidad, y una población con una cultura que difícilmente aceptará cambios a peor en su calidad de vida, requieren de respuestas políticas fundadas en metafísicas más adaptadas a los tiempos que corren.
El filósofo Gustavo Bueno dice que la filosofía no es un corpus teórico –como la geometría- sino que solo trata de aportar los recursos para “pensar bien”.
Estamos cambiando nuestro paradigma económico que pasa de satisfacedor de las necesidades crecientes de la población, que hace especial incidencia en la construcción urbanística, la fabricación de coches y la fábrica de armas. Ahora el cambio demográfico, con una población cada vez más madura –con predominio de grupos de edades de más de 40 años- pone a la economía ante paradigmas distintos. Ya no se busca la satisfacción del desarrollo –al menos en Europa- sino adecuar la oferta a la mutación que supone la sostenibilidad y un grado mucho más maduro de consumo.
Serán –son- sectores como la medicina preventiva, con sus dietas, los cuidados e higiene, los ejercicios; los aspectos lúdicos y de desarrollo personal, cultural… la formación tardía y un etc. los sectores que crecerán y que está por definir.
Adaptar la economía e instituciones públicas a estas mutaciones requiere de cierta capacidad no solo gestora, sino de visión filosófica. Lo que se acerca es el futuro, no la prolongación de este presente. Con políticas desarrollistas o Keynesianas no respondemos al reto. La nueva ordenación del estado, las voces que piden gobernanza real, las exigencias de equidad, y una población con una cultura que difícilmente aceptará cambios a peor en su calidad de vida, requieren de respuestas políticas fundadas en metafísicas más adaptadas a los tiempos que corren.