I) Los valores nacionales se originan en el siglo XVIII, y dieron lugar a la revolución francesa. Es aquello de la Libertad, Igualdad y Fraternidad. Aquel conflicto genera el concepto nación, fundamentado en la idea de que la soberanía está en el pueblo. Da lugar a la Nación, como ámbito geográfico donde un pueblo despliega su soberanía, liberado de la tiranía de la aristocracia. Soberanía recuperada en función de la igualdad ante la ley y los derechos que se derivan de los 3 conceptos anteriores.
En ese siglo XVIII, la nación se forma a partir de la unificación en el territorio de la lengua, por lo que se reprimen los dialectos y se obliga a usar un lenguaje común en todo el territorio. Surgen las academias de la lengua, las gramáticas y la ortografía. De esa ilustración surge también la educación primaria extendida a todos los niños, como fórmula de socialización y adoctrinamiento en esa razón de estado. También surgen los ejércitos, pero dependientes del poder del estado, no como milicias de poderosos.
Y el receptor de los valores revolucionarios es el habitante del territorio nacional, el pueblo. Para mejor difundir esos valores se crean los símbolos nacionales en forma de banderas, himnos y demás folklore.
Ahora es el ejército, nada menos, el encargado de defender esos símbolos. En origen eso significa que defienden los derechos del pueblo, su soberanía ante quien ose amenazarla. Nadie representa mejor ese papel –allá por el siglo XIX- que el soldado capaz del suicidio patriótico, en pos de defender una bandera de la nación.
La propia evolución de la historia hace que el concepto Libertad se institucionalice en la democracia parlamentaria; la Igualdad en forma de impuestos redistributivos y la Fraternidad como la instauración de la seguridad social –a finales del XIX en Alemania- y pensiones.
II) Pero en el siglo XIX tienen su origen las causas de las desigualdades, tal como hoy las conocemos, surgen de la producción que genera explotación de personas, con los derechos priorizados por su lugar en la cadena de producción. Y de esta desigualdad surgen los conflictos entre poderosos y menesterosos.
Las elites son tales porque están en la cúspide de las instituciones políticas y las empresas. Por tanto, corresponde a ellas apaciguar el conflicto, a las masas obreras.
Con el paso del tiempo se han redefinido los valores primeros de la revolución francesa por parte de estas élites, adaptándolos a las necesidades y requerimientos de las instituciones de la nación y de paso, identificando a la nación con sus intereses; entiéndase: leyes que les benefician, todo un arsenal cultural, una visión de la vida –cosmovisión- que justifica el statu quo del momento. Visión de la vida que se ve sacralizada por los dogmas de fe de las iglesias de toda Europa.
Y para imponer el orden a un pueblo indignado, en el siglo XIX, se echa mano del ejército y las milicias a sueldo de sindicatos de empresarios. De alguna manera, al redefinir los valores, las élites se apropian de los símbolos de la soberanía de la nación. Ahora, una bandera no representa al pueblo, más bien al estandarte de los militares armados que acuden a reprimir los conflictos, a devolver la paz y el orden en ciudades y fábricas. El nacionalismo hace una exaltación de esos símbolos en el que las élites pueden desarrollarse y reproducirse, ajenas a miserias de clase baja. Es por ello que no siempre fueron seguidos por organizaciones de izquierdas.
Pero hay una complicación, surge el arte –casi nos estamos metiendo a principios del siglo XX- que ya no está pendiente de los encargos de los que lo pueden pagar. El artista se libera del cliente y crean a su antojo, generando visiones culturales de la vida no necesariamente alineadas con las élites dominantes, que hasta la fecha los condicionaba con sus encargos.
Los ejércitos no solo sirven para defender el territorio, como es su primera justificación. Ni para devolverle un orden que beneficia a las élites dominantes, sino que además se usa para la conquista de nuevos territorios. Surgen las dos grandes guerras en Europa, la del 1914 y la del 1939.
Mucho se ha hablado de que la exaltación del nacionalismo en estás guerras acabo con la percepción del conflicto interno entre masas obreras y élites controladoras de las instituciones de la nación. Se hizo prevalecer la razón de estado –nación- sobre las contradicciones internas de una sociedad herida por el conflicto de la producción en fábricas y minas. Y esas masas obreras entran en el ejército a la defensa y conquista de territorios. Las élites han sido capaces de legitimar sus intereses industriales y culturales en toda la masa del pueblo –habitantes de ese territorio-.
De nuevo, todos los símbolos del estado-nación redefinidos, son compartidos. El ejército ha sido, por mor del dolor de familiares de tantísimos muertos, referencia de valores sagrados: libertad, igualdad, fraternidad. No sabemos muy bien que significan pero justifican tanta matanza, nos conmueven tantos muertos…
III) Tras el fin de las guerras –o más o menos, sobre la década de los 50- cuando los ejércitos son desmovilizados y aparecen las milicias policiales para desarrollar funciones de orden en el territorio propio; los estandartes, banderas e himnos quedan huérfanos. ¿Sobre qué hechos “patrióticos” vamos a reforzar su vigencia en las mentes del probo ciudadano?
El “pueblo” ha sido seducido por el estado del bienestar, por las compras a plazos de frigoríficos, casas, coches, comuniones de los niños… Los juegos olímpicos es espacio democrático donde jóvenes deportistas no profesionales, sobre todo en periodo universitario, luchan por el honor patrio en competiciones con otros jóvenes de otros países. Los valores de las élites, especialmente el del esfuerzo, queda manifiesto en la figura del deportista. Y como la atención del pueblo se fija en los eventos deportivos, las marcas que deben vender, ahí pone su diana.
Los clubes deportivos desde donde se generan deportistas y eventos competitivos, son atendidos por el marketing y “pasta” de marcas importantes. Recordemos la Bayer y el club de futbol de Múnich, Philips y los logros del futbol holandés, etc. Para trasmitir emoción en los mensajes publicitarios de las marcas ¿qué mejor opción que los símbolos de la nación? Aquellos por los que murieron tantísimos jóvenes en décadas anteriores.
Nuestro honor como ciudadanos está en manos de los clubes o deportistas individuales. Una ofensa al chaval millonario Rafa Nadal en Roland Garros es una ofensa a la patria. Ganar un mundial es adquirir un plus de autoestima como nación, nos vemos representados por estos chavales.
IV) En este camino hemos perdido el control del significado de aquellos primeros símbolos: libertad, igualdad, fraternidad. Ahora, cuando las marcas se han apropiado de esos símbolos ya no vivimos en un ámbito social de derechos, vivimos en un mercado de marcas. El esfuerzo no es un valor colectivo, es la referencia al método de adquirir al más. Ser más feliz es tener más capacidad de consumo. El PIB no mide la felicidad de los pueblos, probablemente mida la salud de ese mercado de marcas.
La gente sale a la calle enarbolando símbolos patrios en pos de las gestas de niñatos millonarios. ¿Qué queda en el símbolo de esa bandera de la soberanía de los pueblos? Las elites, los ejecutivos de marcas, intentan vincular los logros deportivos de sus patrocinados a sus compañías–y lo consiguen las mas de las veces-; pero no buscan adoctrinarnos en “virtudes” ciudadanas, sino inducirnos a comprar su marca. Para ello, obviamente, usan lo emocional representado en el símbolo.
Por tanto, tengamos claro que los valores de nación, soberanía, derechos sociales, han sido sustituidos por “heroicidades” de deportistas, que son financiados por elites del marketing. No estoy seguro, pero parte de esta “infraternidad” de falta de solidaridad con los que tienen menos, con ese derruir el estado del bienestar, de esa apatía ante el saqueo de las instituciones –en todos los países de Europa, aunque con distinto grado- tienen que ver con nuestra confusión de valores.
Valores sociales de integración –igualdad, fraternidad- que dieron lugar a la institucionalización de la seguridad social para amortiguar las fuerzas exclusoras de nuestro sistema económico, se han visto tergiversados por otros, diseñados por agencias de publicidad al servicio de grandes marcas.
Se hace necesaria una revisión del uso de símbolos deportivos, por parte de los aficionados, ciudadanos rehenes de payasadas de publicistas que son tomados en serio. Deberíamos volver a pelear por el sentido inclusivo en nuestra sociedad; deberíamos ser conscientes del significado de símbolos como la bandera y demás parafernalia, diferenciándolo del marketing de las marcas. En ello va la viabilidad del estado del bienestar de los próximos años.
En ese siglo XVIII, la nación se forma a partir de la unificación en el territorio de la lengua, por lo que se reprimen los dialectos y se obliga a usar un lenguaje común en todo el territorio. Surgen las academias de la lengua, las gramáticas y la ortografía. De esa ilustración surge también la educación primaria extendida a todos los niños, como fórmula de socialización y adoctrinamiento en esa razón de estado. También surgen los ejércitos, pero dependientes del poder del estado, no como milicias de poderosos.
Y el receptor de los valores revolucionarios es el habitante del territorio nacional, el pueblo. Para mejor difundir esos valores se crean los símbolos nacionales en forma de banderas, himnos y demás folklore.
Ahora es el ejército, nada menos, el encargado de defender esos símbolos. En origen eso significa que defienden los derechos del pueblo, su soberanía ante quien ose amenazarla. Nadie representa mejor ese papel –allá por el siglo XIX- que el soldado capaz del suicidio patriótico, en pos de defender una bandera de la nación.
La propia evolución de la historia hace que el concepto Libertad se institucionalice en la democracia parlamentaria; la Igualdad en forma de impuestos redistributivos y la Fraternidad como la instauración de la seguridad social –a finales del XIX en Alemania- y pensiones.
II) Pero en el siglo XIX tienen su origen las causas de las desigualdades, tal como hoy las conocemos, surgen de la producción que genera explotación de personas, con los derechos priorizados por su lugar en la cadena de producción. Y de esta desigualdad surgen los conflictos entre poderosos y menesterosos.
Las elites son tales porque están en la cúspide de las instituciones políticas y las empresas. Por tanto, corresponde a ellas apaciguar el conflicto, a las masas obreras.
Con el paso del tiempo se han redefinido los valores primeros de la revolución francesa por parte de estas élites, adaptándolos a las necesidades y requerimientos de las instituciones de la nación y de paso, identificando a la nación con sus intereses; entiéndase: leyes que les benefician, todo un arsenal cultural, una visión de la vida –cosmovisión- que justifica el statu quo del momento. Visión de la vida que se ve sacralizada por los dogmas de fe de las iglesias de toda Europa.
Y para imponer el orden a un pueblo indignado, en el siglo XIX, se echa mano del ejército y las milicias a sueldo de sindicatos de empresarios. De alguna manera, al redefinir los valores, las élites se apropian de los símbolos de la soberanía de la nación. Ahora, una bandera no representa al pueblo, más bien al estandarte de los militares armados que acuden a reprimir los conflictos, a devolver la paz y el orden en ciudades y fábricas. El nacionalismo hace una exaltación de esos símbolos en el que las élites pueden desarrollarse y reproducirse, ajenas a miserias de clase baja. Es por ello que no siempre fueron seguidos por organizaciones de izquierdas.
Pero hay una complicación, surge el arte –casi nos estamos metiendo a principios del siglo XX- que ya no está pendiente de los encargos de los que lo pueden pagar. El artista se libera del cliente y crean a su antojo, generando visiones culturales de la vida no necesariamente alineadas con las élites dominantes, que hasta la fecha los condicionaba con sus encargos.
Los ejércitos no solo sirven para defender el territorio, como es su primera justificación. Ni para devolverle un orden que beneficia a las élites dominantes, sino que además se usa para la conquista de nuevos territorios. Surgen las dos grandes guerras en Europa, la del 1914 y la del 1939.
Mucho se ha hablado de que la exaltación del nacionalismo en estás guerras acabo con la percepción del conflicto interno entre masas obreras y élites controladoras de las instituciones de la nación. Se hizo prevalecer la razón de estado –nación- sobre las contradicciones internas de una sociedad herida por el conflicto de la producción en fábricas y minas. Y esas masas obreras entran en el ejército a la defensa y conquista de territorios. Las élites han sido capaces de legitimar sus intereses industriales y culturales en toda la masa del pueblo –habitantes de ese territorio-.
De nuevo, todos los símbolos del estado-nación redefinidos, son compartidos. El ejército ha sido, por mor del dolor de familiares de tantísimos muertos, referencia de valores sagrados: libertad, igualdad, fraternidad. No sabemos muy bien que significan pero justifican tanta matanza, nos conmueven tantos muertos…
III) Tras el fin de las guerras –o más o menos, sobre la década de los 50- cuando los ejércitos son desmovilizados y aparecen las milicias policiales para desarrollar funciones de orden en el territorio propio; los estandartes, banderas e himnos quedan huérfanos. ¿Sobre qué hechos “patrióticos” vamos a reforzar su vigencia en las mentes del probo ciudadano?
El “pueblo” ha sido seducido por el estado del bienestar, por las compras a plazos de frigoríficos, casas, coches, comuniones de los niños… Los juegos olímpicos es espacio democrático donde jóvenes deportistas no profesionales, sobre todo en periodo universitario, luchan por el honor patrio en competiciones con otros jóvenes de otros países. Los valores de las élites, especialmente el del esfuerzo, queda manifiesto en la figura del deportista. Y como la atención del pueblo se fija en los eventos deportivos, las marcas que deben vender, ahí pone su diana.
Los clubes deportivos desde donde se generan deportistas y eventos competitivos, son atendidos por el marketing y “pasta” de marcas importantes. Recordemos la Bayer y el club de futbol de Múnich, Philips y los logros del futbol holandés, etc. Para trasmitir emoción en los mensajes publicitarios de las marcas ¿qué mejor opción que los símbolos de la nación? Aquellos por los que murieron tantísimos jóvenes en décadas anteriores.
Nuestro honor como ciudadanos está en manos de los clubes o deportistas individuales. Una ofensa al chaval millonario Rafa Nadal en Roland Garros es una ofensa a la patria. Ganar un mundial es adquirir un plus de autoestima como nación, nos vemos representados por estos chavales.
IV) En este camino hemos perdido el control del significado de aquellos primeros símbolos: libertad, igualdad, fraternidad. Ahora, cuando las marcas se han apropiado de esos símbolos ya no vivimos en un ámbito social de derechos, vivimos en un mercado de marcas. El esfuerzo no es un valor colectivo, es la referencia al método de adquirir al más. Ser más feliz es tener más capacidad de consumo. El PIB no mide la felicidad de los pueblos, probablemente mida la salud de ese mercado de marcas.
La gente sale a la calle enarbolando símbolos patrios en pos de las gestas de niñatos millonarios. ¿Qué queda en el símbolo de esa bandera de la soberanía de los pueblos? Las elites, los ejecutivos de marcas, intentan vincular los logros deportivos de sus patrocinados a sus compañías–y lo consiguen las mas de las veces-; pero no buscan adoctrinarnos en “virtudes” ciudadanas, sino inducirnos a comprar su marca. Para ello, obviamente, usan lo emocional representado en el símbolo.
Por tanto, tengamos claro que los valores de nación, soberanía, derechos sociales, han sido sustituidos por “heroicidades” de deportistas, que son financiados por elites del marketing. No estoy seguro, pero parte de esta “infraternidad” de falta de solidaridad con los que tienen menos, con ese derruir el estado del bienestar, de esa apatía ante el saqueo de las instituciones –en todos los países de Europa, aunque con distinto grado- tienen que ver con nuestra confusión de valores.
Valores sociales de integración –igualdad, fraternidad- que dieron lugar a la institucionalización de la seguridad social para amortiguar las fuerzas exclusoras de nuestro sistema económico, se han visto tergiversados por otros, diseñados por agencias de publicidad al servicio de grandes marcas.
Se hace necesaria una revisión del uso de símbolos deportivos, por parte de los aficionados, ciudadanos rehenes de payasadas de publicistas que son tomados en serio. Deberíamos volver a pelear por el sentido inclusivo en nuestra sociedad; deberíamos ser conscientes del significado de símbolos como la bandera y demás parafernalia, diferenciándolo del marketing de las marcas. En ello va la viabilidad del estado del bienestar de los próximos años.