miércoles, 20 de junio de 2012

Como se pasa del malestar social a la delincuencia. El ejemplo de Málaga.


En la delincuencia pesan más las influencias sociales que las características genéticas de los delincuentes.  La literatura sociológica hace referencia a la pobreza como la causa principal del delinquir. Pero habría que definir el concepto de “pobreza relativa” o percepción de la desigualdad donde viven los individuos. El caldo de cultivo de los comportamientos ilícitos se generan en como perciben los ciudadanos la desigualdad. Sin duda que el nivel de vida de los extrarradios de nuestras ciudades europeas tienen mayor índice de riqueza que las ciudades asiática; pero aquí tenemos más conciencia de lo desigual que allí y, por tanto, los riesgos para la seguridad ciudadana son mayores que en aquellas paupérrimas ciudades. ¿Cuál es la causa?
En primer lugar, del hecho de que exista malestar social grande,  no es automático que pasemos a comportamientos delincuenciales. Tiene que existir un sustrato previo de hábitos de comportamientos ilícitos, que de alguna manera condiciona el actuar de los individuos. Los chavales hacen lo que ven. Pero es que si, además, existen criminales organizados, que pueden dotar de recursos e infraestructura a los posibles delincuentes, ya tenemos la fórmula perfecta.
En Málaga no existen niveles preocupantes de delincuencia. Se comenta que hay unos 60  policías cada noche patrullando la ciudad, lo que nos permite estos niveles de seguridad ciudadana. Sin embargo hay que pensar en la influencia de las mafias, en cuanto canalizadora de esa incomodidad social ante la rebaja de los niveles de vida. Por aquí si podría mutar el virus del malestar hacia el comportamiento criminal.
Debemos ser conscientes de que nuestra sociedad ha frenado la inercia de movilidad social ascendente –para nosotros y el de  todos los llamados al ágape de la construcción de la “costa nostra”- y ahora, ese parón y la percepción de la desigualdad nos genera indignación.
Tampoco ayuda en exceso el escaso aprecio que tenemos a las instituciones –ver barómetro CIS de mayo 2012- Precisamente esta es otra de las diferencias que explican los datos de delincuencia en Asía y Europa o América. Mientras en aquellos países de extremo oriente el peso por el respeto a sus instituciones religiosas son notables, aquí nos debatimos entre curas pedófilos y obispos extremistas. Mientras que aquí y en América los sindicatos son acusados de comportamientos poco éticos y de defensa –solo- de los que tienen trabajo muy estable, cuando no de hábitos casi mafiosos; en Asía son organizaciones donde sus militantes  se juegan el cuello y son muy valorados. Ese respeto institucional –incluyendo el respeto a la familia y a los más mayores- es el que alguna manera mantiene dentro de límites controlados, la conducta de los individuos. Esto no significa que el delito se haya erradicado, obviamente.
Sin embargo, no podemos caer en la tentación de pensar que vamos a modelos de delincuencia “colombianos” o de favelas brasileiras.  Esto no es posible. Allí, desde pequeños, los ciudadanos ven modelos de conducta donde el armamento es norma habitual. La tolerancia hacia el fracaso es menor, los celos se resuelven de manera violenta, entre otros casos. Esto hace que la gente tenga respuestas violentas más frecuentes. Aquí no. Aquí no hay armas ni estamos acostumbrados a resolver los problemas a las puertas de las discotecas a cuchilladas; independientemente que se den algunos episodios.
Sin embargo, conviene no desatender que durante décadas hemos vivido con una movilidad ascendente y ahora no sabemos cómo reaccionaremos ante la pérdida de nivel de vida. Hay gente que ha ganado 3.000€ mes poniendo ladrillos y pasa a debatirse con un subsidio de 450 €.  Donde si puede llegar la delincuencia es por el posible soporte que le pueda facilitar el crimen organizado,  a los que no se conformen con ese salto atrás y decidan conseguir sus objetivos de consumo por medios ilícitos.


viernes, 15 de junio de 2012

Publicidad y seguridad ciudadana


El miedo se nutre en la incertidumbre. La moda del miedo, en la certeza de que nuestro modus vivendi no es sostenible. Ese sentimiento de que puedo perder lo que tengo, porque no está todo convenientemente amarrado...

Dicho esto, el miedo, esa construcción social del miedo colectivo, está teniendo un uso hasta ahora desconocido. Es por ello que salen valientes emprendedores en pos de ganar dinero, a partir de la sacralización de ese miedo. Y nos venden sofisticados dispositivos para vigilar nuestras casas de eso, de los miedos.

La percepción de la seguridad ciudadana, esto es: los riesgos que percibimos por el hecho de convivir en nuestra comunidad, ciudad, es asumible -en general; o la menos esa es la posible interpretación de los datos que nos aportan los barómetros del CIS. La seguridad ciudadana no es un problema prioritario.

Me gustaría conocer el éxito de las campañas de marketing sobre el miedo, saber que se ha invertido en medios, en marketing directo, y los ingresos que se han logrado. Sospecho que no son muchos. Muchas son las siestas interrumpidas para ofrecer el producto. Por angustiosa que sea nuestra percepción de la desigualdad, por muy negativo que veamos el futuro, por grande que sea nuestra pérdida de capacidad de consumo; la delincuencia solo surge si hay un caldo de cultivo - como respuestas violentas habituales entre conciudadanos, crimen organizado, etc- que son las que canalizan las frustraciones de los mas desfavorecidos, sobre todo ante la desigualdad.

Y en España no existe ese caldo de cultivo. No percibimos que el logro de nuestras metas requieren tanto de canales lícitos como ilícitos -salvo la época de los pelotazos en la construcción-. Tampoco el peso del crimen organizado es excesivo.

Ósea que espero que vendan poco estos mercaderes del miedo, pues no tienen base objetiva; solo pueden generar mala opinión sobre nuestra seguridad ciudadana. Los indices de delincuencia en España, están en un nivel "tolerable", el respeto entre ciudadanos es "aceptable" y no podemos dejarnos engañar por empresarios mediocres. Es verdad que nuestra percepción de las instituciones podría alimentar opiniones negativas sobre este tema, pero no podemos rebajar más la opiniones hacia nosotros mismos.



jueves, 7 de junio de 2012

Caritas desbordada.

Esto es grave. Cuando son las instituciones de beneficencia las que se ocupan de los sectores mas desprotegidos de la sociedad y no el estado, entonces quebramos principios políticos ciertos.

Caritas es una institución civil, pues se mantiene con donativos de ciudadanos, no necesariamente religiosos. Algunos sacerdotes han querido hacernos creer que la iglesia mantiene esa caridad, no es cierto, hay muchas sensibilidades en su seno.

Cuando el estado está paralizado ante los problemas de los ciudadanos, el paso siguiente es un cambio social muy notable. Cuando el estado ha abandonado a los individuos a su suerte, cabe interrogarse sobre la legitimidad de sus acciones.

Estamos abandonando las políticas sociales para centrarnos en las financieras. Hoy la gente habla más de prima de riesgo, TAE, stress Test y demás zarandajas y nos estamos olvidando de lo que realmente importa: la cohesión de la convivencia de los ciudadanos iguales, en el marco legal del estado.

No abundar en políticas de empleo para combatir la principal causa de desigualdad, es olvidar un imperativo ético de cualquiera que llegue a la política. Por encima del “carguito” está la función social. Olvidar las políticas sociales que aseguren un marco digno a las familias –cualquiera que sea su estructura-; olvidar que la educación tiene que ser de calidad –no solo para escolarizar- y ofrecer garantías de un empleo futuro; olvidarse de que la ciudadanía no puede poner en cuestión la legitimidad de las principales instituciones del estado, es dar paso franco a la violencia social.

No es ya tanto una violencia de navajeo en zonas degradadas, es la visión de la desigualdad creciente entre ciudadanos; es que los padres no puedan dar lo mismo a los niños que asisten a una misma guardería, al colegio… a no tener unos ingresos dignos para ir al supermercado y comprar, antes que ir a Caritas a por el rancho. Esto es violencia.

El estado no puede quedar paralizado ante las demandas sociales. Que le den por el culo a los banqueros; que están tiesos, aunque se paseen en ferraris. Ese dinero nos pertenece más a nosotros que a ellos. Olvidar políticas sociales, el gasto sanitario para ancianos enfermos a los que se les quita el 10 % de su pensión para pagar los transportes que le llevan a diálisis… esos ejemplos nos auguran un futuro distinto. La duda que me queda es si será por la violencia que generará o por la inteligencia de los próximos políticos –estos está claro que no- que establecerán una planificación estratégica, estructurando una respuesta del estado que les devuelva su legitimidad; pues ese es el imperativo ético de los próximos años para combatir la violencia actual.