Ética y diferencias entre lo público y privado en el estado del bienestar
España ha sido un país con conciencia de desigualdades tan notables, que dieron lugar a una tremenda guerra civil. Al cabo del tiempo, la sociedad evolucionó e instauró unos niveles de bienestar, acaso comparables con los países de su entorno europeo. Pero hoy, este estado del bienestar amenaza quiebra.
En un periodo muy corto hemos pasado de una sociedad de “obreros y trabajadores” a otra de clase media. Las encuestas de 1985 nos muestran una sociedad que se autocalificaba de obrera o trabajadora en un 32 % y de clase media, en un 38 %. En el año 2000, solo el 20% se autocalifica de trabajador u obrero y el 70 % se califica de clase media.
A partir de los 70, las instituciones también evolucionan, aunque muy perneadas por personas vinculadas al bando ganador de la guerra. Así, ejercito, políticos y funcionarios, en general, se profesionalizan; sin embargo el sistema judicial no lo hace en la misma medida y aún hoy es la institución peor percibida por los ciudadanos. Por razones difíciles de explicar, el porcentaje del PIB que se invierte en ella es relativamente escaso, comparado con Europa; es difícil creer en una sociedad “justa” sin una justicia eficiente.
Las rentas familiares se fueron incrementando; obviamente, a la par que las diferencias sociales también lo hacían. La renta per capita pasó de 11.400 € en 1981 a 23.300€ en 2011. Quizás cabría reconocerle a los gobiernos de Felipe González la instauración de un sistema de IRPF que pudo financiar y extender los beneficios del estado del bienestar en nuestro país. Se recaudo bastante y se pudo invertir en servicios sociales, lo que hoy llamamos estado del bienestar. Otro dato a tener en cuenta fueron los ingentes recursos que vinieron de Europa, de los fondos estructurales.
Pero al más mínimo temblor, el andamiaje se tambalea… ¿por qué? Se habla mucho de los abusos al sistema –por ejemplo: empresarios escaqueándose de pagar impuestos, recetas de pensionistas para otros menesteres, cobro de paro por empleados en la economía sumergida, políticos cobrando en A y B, lo que les apetece, etc.- y es verdad. Quizás nos falta la ética necesaria para hacer un uso racional de los beneficios del sistema. Al fin y al cabo, casi nos hemos encontrado con el sistema, sin tener tiempo para reconocer el valor que tiene y la necesidad de cuidarlo, pues en ello va nuestro bienestar, el nuestro del presente y el del futuro.
No querría entrar en señalar causas de la fragilidad del estado del bienestar en la mala gestión ni en la corrupción. Creo que son relativamente sencillas de resolver, con un adecuado reclutamiento de sus gestores y políticos; y la persecución de las mafias integradas –lamentablemente- en nuestro estado. Aparte de esto, poco se puede decir.
Hay que centrar el análisis en esa falta de ética de los usuarios. Para mejorar el uso de las prestaciones, antes habría que mejorar la justicia y la hacienda. La justicia, porque sin un mayor dimensionamiento, con incorporación de todas las sensibilidades sociales, resulta una sociedad injusta. Actualmente –me atrevo a pronosticar- el porcentaje de personas que va a misa habitualmente, es mayor en la judicatura que en la sociedad en general. No es un sitio atractivo para trabajar, solo para ganarse la vida.
En cuanto a la hacienda pública, la incidencia de la economía “B” es casi –dicen- del 20 % del PIB. Si no triplicamos el número de inspectores fiscales, la sociedad no se mantiene en los niveles legales que requiere un estado del bienestar.
Si se persiguen mejor los delitos, la sociedad es mas justa. La sociedad del bienestar se puede mantener, pero con la coerción hacia los defraudadores, sean españolitos de a pie, empresarios que contratan en “B”, o políticos con propiedades de difícil justificación. Hace falta más institucionalización a la hora de perseguir los delitos.
Pasó lo mismo con nuestros “hábitos” en las carreteras. Hace unos años, nos tomábamos unas copas y cogíamos el coche, estaba mal, pero… Hoy sabemos que no se puede hacer, y no tanto por lo éticamente reprobable de la conducta, ni siquiera porque podamos matar a inocentes o dejar huérfanos a nuestros hijos, sino por los “puntos” del carné. El resultado: 5.035 muertos en el 1992 y 1.480 en el 2011.
Acabar con los abusos hacia el sistema no se arregla con llamamientos a la contención moral de los políticos corruptos, sino con una mayor intervención de los actos administrativos. Tampoco conseguimos nada llamando defraudador a quien no paga sus impuestos, sino haciendo caer sobre ellos el peso de la inspección de hacienda. Acabaremos con los abusos al sistema de prestación del desempleo persiguiendo a los que contratan sin cobertura legal; y así un largo etc. La moraleja es que habría que desarrollar el sistema punitivo para que el sistema social del bienestar pueda resistir. Nos debe animar la reducción de la siniestralidad en las carreteras.