High Hells on the moon
(Zapatos de tacón alto en la luna)
Sylvie Fleury (Ginebra 1961)
18 marzo – 9 junio 2011
Cuando entras en la exposición lo primero que notas es un cambio radical en la luz. El aire transmite una luminiscencia de neón que te advierte que estás en otro espacio: el espacio de la sofisticación. Porque toda la muestra es eso, retazos de fascinación por la sofisticación.
Hay algo de Arte Pop, hay estanterías de metacrilato y extrañas composiciones, como estarían en una Galería de Ámsterdam, Bruselas, o Zurich. El ambiente da para comprarse un bolso de Vogue. Toda Sylvie es la explicitación del sofisticado arte del centro de Europa. El Papa viste con zapatos de Prada.
Maneras para ser sublimes. Portadas de revistas femeninas de moda, carritos de grandes superficies totalmente en dorado; y el coche. El coche siempre omnipresente en eso que se llama consumismo. Un espejo recubierto de cristales de Swarovski que refleja tu imagen con un halo diamantino. Una cueva de neumáticos de donde dimanan fuentes de agua, que debe tener algún significado antropológico sobre el coche y el status de los que lo poseen. El grupo y el individuo que establecen sus jerarquías por el auto que usan.
Pero tras ese recreo icónico de fatuas estampas de marcas, la calidez de colores, las formas redondas, sin aristas, se puede sospechar un distanciamiento de la artista de ese ambiente que ha generado. Vive en él, nos lo muestra, pero da la sensación que es consciente de su fatuidad, de su artificialidad. Pero ¿cómo renunciar a él?