¿Y quienes son los excluidos? Son todos aquellos a los que la sociedad prescinde en el reparto de la abundancia que se presume en una sociedad de consumo. Pienso en los jóvenes que no encuentran trabajo (decente), ni lo encontrarán en un futuro próximo; pienso en los mayores de 60 años desechados, aquellos que no tienen “cotizados” tiempos que les asegure una pensión honorable. Pienso en los viejos, victimas de la cultura egoísta que los parcela en un lugar oscuro de la casa o, en el mejor de los casos, en una residencia digna.
La “clase obrera” ya no es poseedora del germen que nos traerá una sociedad nueva, hecha de solidaridad y sentimientos tan alejados de la cultura capitalista, de la competitividad y la productividad y demás zarandajas. Los sindicatos, como representante de una clase sin promesa de un mundo mejor, defienden eso, la capacidad económica de los consumidores. Su mundo es la lavadora o un coche mejor. ¿Qué mal les podría suceder a las familias de los trabajadores si no son representados por los sindicatos? ¿Algo peor que sus hijos siguieran con un trabajo precario y mal remunerado? Si, reconozcámoslo, los sindicatos representan algo así como la capacidad de consumo (capitalista) de los asalariados.
Pero … ¿Y a los excluidos? Los emigrantes, los parados, las prostitutas esclavas de los polígonos, a esos ¿Quién los representa?
Creo que el problema no es menor. Vemos que surgen nuevos poderes políticos –los medios de comunicación, los financieros, los culturales- que influencian la organización de la sociedad y los repartos de las riquezas y, por supuestos, excluyen a los que no son de su clase.
Este aumento de las desigualdades entre los ciudadanos, está aumentando la sensación de inseguridad de todos. Los unos porque la pueden perder, los otros, porque se sienten como desplazados del convite y no saben que podrá ser de ellos.
Quizás aparejado a la falta de control político en el Parlamento de esos nuevos poderes de los medios de comunicación, de los sectores financieros o de otro tipo; nos encontramos con economías muy especulativas –pelotazo del ladrillo- o episodios de corrupción de los que están muy cerca del poder político –Autonomías o Ayuntamientos-. La economía ya no es la herramienta que difunde un bienestar social, solo es un fin en si mismo: aumentar el PIB y todo, obviamente, irá bien.
